El problema del sentimentalismo en la mente moderna.
Introducción
Rehuir
de la incomodidad, del estrés o los traumas “auto diagnosticados”, antes
que desafiarse y ponerse en disposición de contrarrestar la ignorancia, mediante
el esfuerzo y la disciplina que demanda la excelencia académica; parece ser un propósito
que distingue a la actual generación escolar y universitaria respecto a las del
pasado. Esto podría no ser problemático, si solo constituyera un mero accidente
relacionado a la actualización de las costumbres y códigos sociales. No
obstante, lo que la realidad nos muestra no es tan solo un cambio accidental,
sino, un giro sustancial hacia la sobrevalorización de las emociones, la
subjetividad y la identidad, lo que ha penetrado el seno de las comunidades
educativas y académicas en todos sus niveles, incluidos padres, estudiantes, profesores
y autoridades.
Este
giro sentimentalista de la menta moderna ha dado origen a una especie de cultura
de la fobia al dolor, que ha sido alertada por diversos pensadores en los
últimos años. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han catalogó a la sociedad
moderna como “sociedad paliativa”, cuyo resultado es la manifestación social de
un instinto por rehuir de cualquier aproximación al disenso, el conflicto, la
confrontación de ideas e incluso a la búsqueda de la verdad[1]. También, el investigador
en psicología moral Jonathan Haidt, en La Transformación de la Mente Moderna,
menciona una serie de disonancias cognitivas que surgen desde la
preminencia del razonamiento emocional y que afectan al comportamiento de las
actuales generaciones de estudiantes[2]. Incluso, desde las
ciencias cognitivas, se le ha atribuido una especie de “progresofobia” a
las actuales generaciones de jóvenes, dada su actitud despreciativa hacia los
valores ilustrados que han catapultado el progreso de nuestra humanidad[3].
La
importancia de analizar esta problemática encuentra su sentido en la historia
de nuestra la civilización, donde cada vez que las pasiones se han apoderado de
los actos humanos aparece la lógica de la censura, la persecución, la
cancelación intelectual, la violencia y la barbarie; tal como ocurrió en época
de Constantino el Grande, (año 312 a.C), durante la cristianización Romana[4]. Proceso que arrasó con
gran parte de la herencia documental, filosófica, artística y científica de la
Grecia antigua[5].
Por este motivo, en el
presente ensayo se pretende reflexionar en torno a los fundamentos filosóficos que
subyacen a la cultura del sentimentalismo y la fragilidad que ha coaptado a la
mente moderna, haciendo énfasis en el mundo estudiantil y académico. Con el
propósito de develar si estos rasgos derivados del emocionalismo pudiesen ser manifestaciones
tempranas de un retroceso cultural, que pueda poner en jaque el progreso de la
humanidad, tal como ya ocurrió en otras épocas de nuestra historia.
El giro sentimentalista de la mente moderna
Si
en la era de la ilustración, el uso de la razón orientaba al hombre hacia una
realidad fuera de sí mismo, con el propósito de vivenciar a los objetos cognoscitivos
como parte de una realidad externa[6]. Hoy en día, pareciera ser
que el acto de conocer dio un giro en un sentido hacia sí mismo, siendo
la subjetividad del Yo aquello que configura el sentido y naturaleza de lo
conocido. De esto se deriva que, si el significado de aquello que se conoce emerge
desde el Yo subjetivo, entonces atributos como la extensión e intención –dos
cualidades del significado[7] – ya no serían
consustanciales de aquello que se conoce; sino, más bien, el resultado de las facultades
cogitativa y cognitiva, así como de la interpretación subjetiva del sujeto
cognoscente.
Este
giro de nuestra mente hacia la subjetividad colocó a nuestro entendimiento en
un laberinto de distorsiones cognitivas mediadas por el sentimentalismo, alterando
sustancialmente nuestros mecanismos a través de los cuales conocemos y
comprendemos la realidad. Esto se produjo, en primer lugar, debido a la
desaparición de la noción de independencia entre el sujeto cognoscente y objeto
cognoscitivo, lo que implicó que el sujeto abandonara su posición de
preminencia respecto a la alteridad de lo conocido[8]. En este particular
escenario, aquello que se conoce tiene ahora potencial afectivo para influir en
el sujeto; adquiriendo, incluso, la capacidad para configurar su identidad. Esto
explica, la ferviente necesidad que a menudo aflora en la juventud actual, de
transformar el ecosistema académico en espacios ultra protegidos de discursos,
contextos o situaciones potencialmente estresantes o hirientes para la
susceptibilidad emocional de los estudiantes[9].
Debo
detenerme un instante en este punto para recalcar que de ninguna forma quisiera
instalar la idea de que las emociones carecen de valor cognoscitivo en sí. Por
el contrario, mi propósito es localizar el justo lugar que le corresponde a los
sentimientos, en la infinita arquitectura de la dimensión psicofísica del ser
humano. Uno de esos lugares es la dimensión ética, donde emociones como la
tristeza, la alegría, entre otros, ha sido relacionadas con la virtud, es
decir, lo bueno. En esta línea, Tomas de Aquino sugería que “pertenece
a la bondad el que, supuesta la presencia del mal, se siga la tristeza o el
dolor” [10].
Incluso Aristóteles, planteó que “el hombre bueno no solo quiere lo bueno,
sino que se alegra de lo bueno”[11].
En definitiva, desde la Grecia antigua entendemos que es natural a la
naturaleza sensible el deleitarse y gozarse en las cosas agradables, así como
dolerse y entristecerse en las nocivas. Ahí radica el valor ético de las
emociones. Otro lugar importante en el que participan activamente nuestras
pasiones es en la Retórica. Aquí los sentimientos poseen el potencial de
modificar al hombre pudiendo incluso afectar sus juicios, lo que transforma a
las emociones en un método efectivo de persuasión[12]. Aristóteles, en su obra Retórica
configuró un sistema compuesto por 3 formas de persuasión: el logos, el ethos y
el pathos. Siendo este último el tipo de argumento que considera al componente
emotivo del discurso[13].
En
definitiva, pretender desvincular la racionalidad de la afectividad – además
de ser infructuoso – sería privar a nuestra actividad psíquica de dos sistemas
que complementan nuestra aproximación a la realidad. En nuestra dinámica
instintiva, las pasiones (o emociones) son respuestas tempranas desencadenadas
por nuestra facultad cogitativa en el proceso de valoración de la realidad
exterior[14],
cuya conducta resultante - al ser una facultad humana – nunca estará exenta
de racionalidad y de voluntad, de lo contrario no podríamos explicar fenómenos
puramente humanos, como el juicio prudencial o valores como la templanza.
Entonces ¿Qué ocurre con la
juventud actual que, teniendo facultades para modular sus sentimientos
internamente, deciden, por ejemplo, exigir la protección de los espacios que
habitan, a expensas de la posibilidad de construir una sociedad que conviva
respetuosamente en un contexto de libertad? ¿Qué mecanismo podrían estar detrás de este
proceso de transformación de la mente moderna? A continuación, me referiré a
algunos de ellos.
El razonamiento
emocional
He
recalcado en la sección anterior que las emociones están indisolublemente
ligada a la razón, sin embargo, bajo ciertas circunstancias estas pueden tomar
el control, no solo de nuestros procesos cognitivos, sino también de nuestros
actos. Lo que se denomina comúnmente como emocionalismo.
El
razonamiento emocional – del que se deriva el emocionalismo – es la
distorsión cognitiva que se produce siempre que nuestra interpretación acaece
de forma coherente con nuestro estado emocional reactivo, sin investigar
realmente cuál es la verdad”[15]. Esto es posible gracias a un proceso cognitivo
de origen evolutivo que permite a nuestros instintos mantener cierta influencia
y control sobre nuestra razón, lo que se expresa comúnmente al manifestar
nuestras opiniones o posiciones ideológicas (políticas, religiosas, deportivas,
etc) [16].
Es decir, cuando debatimos ideas o argumentamos nuestra posición, nuestra mente
podría no estar necesariamente construyendo los argumentos desde el razonamiento
lógico, sino más bien desde la pretensión de articular una justificación post
hoc, que dote de sentido nuestras intuiciones emotivas que emergen desde
nuestra facultad cogitativa16.
Este
mecanismo psicológico ha mostrado estar detrás de un sinnúmero de disonancias
cognitivas que llevan a las personas a cometer actitudes erráticas,
generalmente gobernadas por la ira y el resentimiento, en su relación con pares
y - en el caso de los estudiantes - con profesores y comunidad académica
en general. Una de esas actitudes es la denominada “Microagresión”,
concepto reciente que se relaciona con supuestas humillaciones verbales,
intencionadas o no, que transmiten desaires hostiles, peyorativos y negativos[17]. El problema de este constructo radica en que es
la (mala) interpretación del oyente lo que determina la agresividad de
un acto y no un juicio racional de su intención, fomentando a que las personas,
a la hora de elaborar un juicio respecto a un acto ajeno, comiencen en sus
propios sentimientos, para luego acabar elaborando argumentos justificativos
para dotar de sentido racional su propio (mal) juicio previamente
elaborado desde la afectividad. Un ejemplo de aquello se observa en las
políticas de lenguaje inclusivo de las Universidades, que, al margen del consenso
científico normativo [18],
proscriben una serie de expresiones (mal) catalogadas como “sexistas” [19], debido a su
potencial (micro) para agredir la identidad de la mujer, tanto en su Yo
personal, como en su identidad intersubjetiva y colectiva.
Fragilidad y
victimización
“El
viento apaga una vela, pero aviva el fuego”[20].
Esta
cita de Nicolas Taleb ilustra la importancia de poseer las capacidades
necesarias para enfrentar las turbulencias de la vida, sin apagar nuestra luz
interior. Sin embargo, estas capacidades no son innatas y deben ser desarrolladas
en nuestro curso de vida, para lo cual, resulta imprescindible ponerse en
disposición a ser provocado y desafiado por el entorno socioafectivo. De lo
contrario, tal como el reposo prolongado atrofia nuestra musculatura, los
espacios de ultra seguridad estudiantil atrofian al carácter y la capacidad de
resiliencia de los estudiantes, transformando sus caracteres en meras velas que
se apagan con una suave brisa.
¿Qué
es la resiliencia? La resiliencia, entendida como “la habilidad para
adaptarse positivamente a las condiciones de vida”, da cuenta de la capacidad
de mantener (o autocorregirse) el propósito existencial de sí mismo, pese
a las adversidades y eventos estresantes y sin considerar sentimientos de
resentimiento y venganza, como formas de emancipación de la tristeza[21],[22],[23].
Por
desgracia la resiliencia, como atributo - y virtud -, ha sido desplazada
por la narrativa de la fragilidad y la victimización. Esto debido, en parte, a
que las ciencias humanas, sociales y medios de comunicación han tendido a
privilegiar el análisis y reporte de las experiencias de las víctimas y no a
aquellos que, a pesar de ser acechados por el sufrimiento, logran reconstruir
su vida22,[24].
Por ejemplo, en la base de datos PubMed
es 2,3 veces más probable encontrar artículos científicos referidos al término
“Violencia” que a la “Resiliencia24. Algo similar ocurre en los
medios de comunicación.
Por lo tanto, en un mundo
(mal) interpretado como violento, parece esperable que los estudiantes – en
todos los niveles – adopten un sistema de creencia según el cual dejan de
estar dispuestos a asumir desafíos y a convivir con perspectivas distintas e
ideas alternativas que los pongan en riesgo. La seguridad prevalece por sobre
todo lo demás, lo que instaura la cultura de la fragilidad y la ultra seguridad,
que incentiva la eliminación de las amenazas (reales e imaginarias), privando a
los jóvenes de las experiencias que se requieren para el desarrollo íntegro de una
sana capacidad de resiliencia[25].
Pensamiento
dicotómico y pulsión igualitarista
La mente humana está preparada para el
tribalismo. Es propio de nuestra naturaleza que bajo ciertas circunstancias nos
aferremos a nuestra tribu y exacerbemos la distinción entre el “nosotros”
y “los otros”, con el propósito de defender la matriz moral del grupo al
cual pertenecemos. Esto concuerda con uno de los principios esenciales de la
psicología moral que es: “La moralidad une y ciega” [26]. Es decir, bajo la
actitud tribal generamos lazos de amistad y cooperación con los miembros de mi
grupo, al mismo tiempo que rechazamos los de otro, al percibirlos como una
amenaza para nuestra supervivencia. Así, la gente tiende a pensar que su propio
grupo busca el bien común, mientras que los adversarios son malvados y se guían
por intereses egoístas [27].
Esta
forma de pensamiento - propia de la política identitaria que distingue a
grupos organizados en torno a características, como raza, sexo, clase, sexualidad,
costumbres, religión, deporte, entre otras [28]– promueve la
conflictividad y el resentimiento – o envidia - entre grupos, lo cual,
impide el establecimiento de un dialogo tolerante y por, sobre todo, la
disposición a buscar la verdad desde la diversidad, cuestión esencial en una
convivencia académica sana y constructiva.
Una
especial manifestación de esta disonancia cognitiva en las nuevas generaciones es
la pulsión por el igualitarismo, entendida como: aquella doctrina que busca
un orden igualitario en la distribución de los bienes materiales [29].
El problema del igualitarismo radica en que, desde el punto de vista evolutivo,
las personas lejos de buscar igualarse están instintiva y permanentemente
tratando de diferenciarse[30]. Entonces ¿cómo se
explica el impulso igualitarista?
Una
de las características de la vida moderna es la mutua dependencia entre los
individuos, mediante el establecimiento de vínculos de cooperación y
competencia – a lo que llamamos mercado -, haciendo inevitable que el
sentimiento de su propia valía se alimente de la comparación con otros,
desencadenando sentimientos de envidia y resentimiento, especialmente cuando el
resultado de la distribución no es favorable al individuo [31]. Esto fue incluso
confirmado recientemente en un gran estudio realizado con población nativa de
EEUU, Reino Unido, India e Israel[32].
Por
este motivo, en la sociedad actual, las nociones de reconocimiento o de
autorrespeto son considerados bienes primarios, dado que su suficiencia sería
un factor protector de conductas sociales autodestructivas derivadas de la
envidia y el resentimiento.
La
pérdida del autorrespeto podría también generar empatía en otros. John Rawls, en
Teoría de la Justicia argumentó en este sentido: “la posición
inferior de una persona puede ser tanta que hiera su autorrespeto; y dada su
situación, simpatizaríamos con su sentido de perdida”[33]. Vale la pena destacar
que aquella simpatía por el sentido de perdida, al que alude Rawls,
corresponde al sentimiento de compasión.
La compasión, entendida como la tristeza por el mal ajeno, es un sentimiento moral que emerge desde el miedo a aquello que es temido para sí mismo[34]. Sin embargo, a diferencia del miedo – emoción hacia una representación de una situación peligrosa –, la compasión ha sido tradicionalmente considerada como una virtud moral, cuyo criterio de necesidad es que el sujeto de compasión posea siempre el estatus de “inocente” - o debe serlo de manera suficiente 32. Por lo tanto, si en el imaginario colectivo de nuestra juventud actual se ha instalado el convencimiento de que valores como el mérito no son más que el espejismo de una sociedad de privilegios dados por una estructura de clase, el resultado inevitable será percibir que la pobreza es siempre injusta, con el consecuente desencadenamiento de las pasiones sociales envidia y compasión, lo que da origen a la pulsión igualitarista.
Necesidad de reconstruir el sentido de la virtud
Si el sentimentalismo es “vivir
en función de los sentimientos y de su abuso [35], no podríamos considerar
entonces que sería una buena vida o una vida feliz – o al menos edificante -
aquella que se conduzca mediante sentimientos, como: la envidia, el miedo, el
resentimiento, el odio y la ira. Muy por el contrario, estos hábitos han
mostrado ser destructivos, tanto para la vida individual, como para la harmonía
de la sociedad en su conjunto[36]. En este contexto, surge
la necesidad de reconstruir el sentido de la buena vida y la virtud. Un buen
camino para aquello es la filosofía.
Una de las escuelas filosóficas que se
encaminó hacia la búsqueda de la buena vida, la felicidad y la virtud es El
Estoicismo, cuyas enseñanzas perduran hasta el día de hoy[37]. Las principales preocupaciones
del estoicismo fueron la racionalidad, la felicidad y la univocidad del bien,
considerando a la virtud como un ideal de aquello que es bueno.
El primer estoico fue Zenón de Citio (333
– 261 a.C), que luego de estudiar la filosofía cínica, inauguró su propia
escuela, la estoica. Por este motivo, muchas de las ideas que configuran al
estoicismo, como sistema filosófico, provienen de los Cínicos; entre ellas, la
tendencia a mantener bajo el control de la razón al apetito del “deseo”,
la preocupación de aquello que solo está bajo nuestra propia voluntad y la tendencia
a suprimir sentimientos, como la indignación, la ira, la envidia, la piedad,
entre otros[38].
De interés para el tema que nos convoca es
la perspectiva del estoicismo respecto a la ira. El político y filósofo romano –
y también seguidor del estoicismo - Lucio Anneo Séneca (4 a.C - 65 d.C), en su obra “De La Ira”, se
refiere a este sentimiento como “locura breve”, debido a que su manifestación
“olvida toda conveniencia, desconoce todo afecto, es obstinada y terca en lo
que se propone y es sorda a los consejos de la razón”; por este
motivo, desde la perspectiva estoica, la ira es una de aquellas pasiones que
debe ser mantenida siempre bajo el control de la razón, en todo momento y lugar[39].
En definitiva, lo valioso para estos
tiempos es vislumbrar que la ética estoica no tiene necesariamente que ver con
el bien o el mal moral – como sí parece serlo para la juventud moderna -
, sino con poseer un buen “animo o espíritu”, es decir, con vivir una vida
buena y feliz, una vida virtuosa. En este contexto, la virtud estoica no alude
a atributos superficiales como la castidad, la bondad o la humildad o - dicho
en términos actuales - con el modo en que nos mostramos fieles a alguna de
las causas buenistas que abundan en nuestro escenario social contemporáneo;
sino que se relaciona con la excelencia humana, que depende del grado según el
cual las personas se apegan a la función para la que han sido concebidas según
su naturaleza. La pregunta que cabe aquí es ¿Cuál es esa función? Para los
estoicos, el ser humano es el único en el reino animal que posee de suyo propio
un atributo que lo distingue de otras especies, la razón. Por lo tanto, desde
la perspectiva estoica, la primera función a la que el ser humano es conminado
una vez concebido, es a ser razonable37.
Conclusión
Las
emociones son formas de la conciencia intencional que hacen que el ser humano viva
en una relación anímica con el mundo. Desde la Grecia antigua es aceptado que
el sentimiento y pensamiento, - o emoción y cognición, afectividad y lógica,
en un sentido amplio –, interactúan obligatoriamente en la actividad
psíquica[40].
Desde
esta perspectiva, en el presente ensayo he intencionado una reflexión en torno a
las características que han marcado el giro sentimentalista de la juventud
actual, partiendo desde su tendencia a configurar una realidad para sí desde su
propia afectividad subjetiva - que resulta ser a menudo, distinta de la realidad
exterior -, hasta el destino que ha tomado este cambio de mentalidad de las
actuales generaciones, que es la instauración de una cultura de la fragilidad,
la ultra protección, el pensamiento dicotómico y el impulso igualitarista.
Todas
estas distorsiones cognitivas, en el plano colectivo, van a converger en un
fenómeno que ha sido catalogado como: la infantilización del espacio público[41], caracterizado por la
frivolización y la desconfiguración valores que son esenciales para cualquier
sociedad que aspira a promover un clima de diálogo racional y tolerante, en los
distintos espacios de la sociedad, principalmente los académicos.
En
este contexto, surgen varias preguntas ¿Existen mecanismos que permitan reorientar
la mente moderna en un sentido racional? ¿Será realmente la filosofía estoica –
como fue presentado en este ensayo – una respuesta “buena y efectiva” al
hipersentimentalismo moderno?
El
tiempo y su sabiduría sabrá proporcionarnos estas respuestas, por ahora, solo
nos queda observar nuestra historia, intentando localizar rasgos presentes en
las huellas del pasado. Como decía Mark Twain “si bien la historia no se
repite, pero a veces rima”.
Bibliografía
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[8] José Ángel García Cuadrado.
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[12] Juan Fernando Sellés.
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[13] Aristóteles.
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[14] José Ángel García Cuadrado.
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[15] Jonathan Haidt y Greg Lukianoff.
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[16] Jonathan Haidt. (2019). La mente
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[17] Derald Wing Sue. (2010) Microaggressions
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[18] Respecto al lenguaje sexista, la
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Posición de la RAE. En: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje
inclusivo y cuestiones conexas. Enlace:
https://www.rae.es/sites/default/files/Informe_lenguaje_inclusivo.pdf
[19] Dirección de Equidad de Género y
Diversidad Ciudad Universitaria. Manual de Buenas Prácticas para Ambientes de
Estudio en la Universidad de Concepción 2020 – 2021. Extraído de:
http://degyd.udec.cl/sites/default/files/Manual_de_Buenas_Practicas.pdf.
[20] Nassim Nicholas Taleb. (2011). El
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Medicina (Kaunas, Lithuania), 55(11), 745.
[22] William
González. (2017). La resiliencia como genealogía y facultad de juzgar. Praxis
Filosófica. 45: 203 – 229.
[23] Ivo A. Ibri.
(2019). Reflexiones sobre la resiliencia humana según la filosofía de Pierce.
VIII Jornadas Pierce en Argentina. Academia Nacional de Ciencias de Buenos
Aires.
[24] En una búsqueda libre realizada en
la base de datos PubMed por el autor de este ensayo, la palabra “Resiliencia”
arrojó 58.596 artículos y la palabra “Violencia” 135.798 artículos. La búsqueda
fue realizada el día 07/11/2022.
[25] Jonathan Haidt
y Greg Lukianoff. (2020). La transformación de la mente moderna. Editorial
Ariel.
[26] Jonathan
Haidt. (2019). La mente de los justos: Por qué la política y la religión
dividen a la gente sensata. Editorial Deusto.
[27] Pedro Jesús Pérez Zafrilla. 2022. Opinião
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[36] Catherine Nixey. (2021). La era de
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[37] William Irvine. (2019). El Arte de
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[38] Ibid.
[39] Lucio Anneo Séneca.
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