El problema del sentimentalismo en la mente moderna.

 Introducción

Rehuir de la incomodidad, del estrés o los traumas “auto diagnosticados”, antes que desafiarse y ponerse en disposición de contrarrestar la ignorancia, mediante el esfuerzo y la disciplina que demanda la excelencia académica; parece ser un propósito que distingue a la actual generación escolar y universitaria respecto a las del pasado. Esto podría no ser problemático, si solo constituyera un mero accidente relacionado a la actualización de las costumbres y códigos sociales. No obstante, lo que la realidad nos muestra no es tan solo un cambio accidental, sino, un giro sustancial hacia la sobrevalorización de las emociones, la subjetividad y la identidad, lo que ha penetrado el seno de las comunidades educativas y académicas en todos sus niveles, incluidos padres, estudiantes, profesores y autoridades.

Este giro sentimentalista de la menta moderna ha dado origen a una especie de cultura de la fobia al dolor, que ha sido alertada por diversos pensadores en los últimos años. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han catalogó a la sociedad moderna como “sociedad paliativa”, cuyo resultado es la manifestación social de un instinto por rehuir de cualquier aproximación al disenso, el conflicto, la confrontación de ideas e incluso a la búsqueda de la verdad[1]. También, el investigador en psicología moral Jonathan Haidt, en La Transformación de la Mente Moderna, menciona una serie de disonancias cognitivas que surgen desde la preminencia del razonamiento emocional y que afectan al comportamiento de las actuales generaciones de estudiantes[2]. Incluso, desde las ciencias cognitivas, se le ha atribuido una especie de “progresofobia” a las actuales generaciones de jóvenes, dada su actitud despreciativa hacia los valores ilustrados que han catapultado el progreso de nuestra humanidad[3].

La importancia de analizar esta problemática encuentra su sentido en la historia de nuestra la civilización, donde cada vez que las pasiones se han apoderado de los actos humanos aparece la lógica de la censura, la persecución, la cancelación intelectual, la violencia y la barbarie; tal como ocurrió en época de Constantino el Grande, (año 312 a.C), durante la cristianización Romana[4]. Proceso que arrasó con gran parte de la herencia documental, filosófica, artística y científica de la Grecia antigua[5].

Por este motivo, en el presente ensayo se pretende reflexionar en torno a los fundamentos filosóficos que subyacen a la cultura del sentimentalismo y la fragilidad que ha coaptado a la mente moderna, haciendo énfasis en el mundo estudiantil y académico. Con el propósito de develar si estos rasgos derivados del emocionalismo pudiesen ser manifestaciones tempranas de un retroceso cultural, que pueda poner en jaque el progreso de la humanidad, tal como ya ocurrió en otras épocas de nuestra historia.   

El giro sentimentalista de la mente moderna

Si en la era de la ilustración, el uso de la razón orientaba al hombre hacia una realidad fuera de sí mismo, con el propósito de vivenciar a los objetos cognoscitivos como parte de una realidad externa[6]. Hoy en día, pareciera ser que el acto de conocer dio un giro en un sentido hacia sí mismo, siendo la subjetividad del Yo aquello que configura el sentido y naturaleza de lo conocido. De esto se deriva que, si el significado de aquello que se conoce emerge desde el Yo subjetivo, entonces atributos como la extensión e intención –dos cualidades del significado[7] – ya no serían consustanciales de aquello que se conoce; sino, más bien, el resultado de las facultades cogitativa y cognitiva, así como de la interpretación subjetiva del sujeto cognoscente.

Este giro de nuestra mente hacia la subjetividad colocó a nuestro entendimiento en un laberinto de distorsiones cognitivas mediadas por el sentimentalismo, alterando sustancialmente nuestros mecanismos a través de los cuales conocemos y comprendemos la realidad. Esto se produjo, en primer lugar, debido a la desaparición de la noción de independencia entre el sujeto cognoscente y objeto cognoscitivo, lo que implicó que el sujeto abandonara su posición de preminencia respecto a la alteridad de lo conocido[8]. En este particular escenario, aquello que se conoce tiene ahora potencial afectivo para influir en el sujeto; adquiriendo, incluso, la capacidad para configurar su identidad. Esto explica, la ferviente necesidad que a menudo aflora en la juventud actual, de transformar el ecosistema académico en espacios ultra protegidos de discursos, contextos o situaciones potencialmente estresantes o hirientes para la susceptibilidad emocional de los estudiantes[9].  

Debo detenerme un instante en este punto para recalcar que de ninguna forma quisiera instalar la idea de que las emociones carecen de valor cognoscitivo en sí. Por el contrario, mi propósito es localizar el justo lugar que le corresponde a los sentimientos, en la infinita arquitectura de la dimensión psicofísica del ser humano. Uno de esos lugares es la dimensión ética, donde emociones como la tristeza, la alegría, entre otros, ha sido relacionadas con la virtud, es decir, lo bueno. En esta línea, Tomas de Aquino sugería que “pertenece a la bondad el que, supuesta la presencia del mal, se siga la tristeza o el dolor [10]. Incluso Aristóteles, planteó que “el hombre bueno no solo quiere lo bueno, sino que se alegra de lo bueno”[11]. En definitiva, desde la Grecia antigua entendemos que es natural a la naturaleza sensible el deleitarse y gozarse en las cosas agradables, así como dolerse y entristecerse en las nocivas. Ahí radica el valor ético de las emociones. Otro lugar importante en el que participan activamente nuestras pasiones es en la Retórica. Aquí los sentimientos poseen el potencial de modificar al hombre pudiendo incluso afectar sus juicios, lo que transforma a las emociones en un método efectivo de persuasión[12]. Aristóteles, en su obra Retórica configuró un sistema compuesto por 3 formas de persuasión: el logos, el ethos y el pathos. Siendo este último el tipo de argumento que considera al componente emotivo del discurso[13].

En definitiva, pretender desvincular la racionalidad de la afectividad – además de ser infructuoso – sería privar a nuestra actividad psíquica de dos sistemas que complementan nuestra aproximación a la realidad. En nuestra dinámica instintiva, las pasiones (o emociones) son respuestas tempranas desencadenadas por nuestra facultad cogitativa en el proceso de valoración de la realidad exterior[14], cuya conducta resultante - al ser una facultad humana – nunca estará exenta de racionalidad y de voluntad, de lo contrario no podríamos explicar fenómenos puramente humanos, como el juicio prudencial o valores como la templanza.

Entonces ¿Qué ocurre con la juventud actual que, teniendo facultades para modular sus sentimientos internamente, deciden, por ejemplo, exigir la protección de los espacios que habitan, a expensas de la posibilidad de construir una sociedad que conviva respetuosamente en un contexto de libertad?  ¿Qué mecanismo podrían estar detrás de este proceso de transformación de la mente moderna? A continuación, me referiré a algunos de ellos.

El razonamiento emocional

He recalcado en la sección anterior que las emociones están indisolublemente ligada a la razón, sin embargo, bajo ciertas circunstancias estas pueden tomar el control, no solo de nuestros procesos cognitivos, sino también de nuestros actos. Lo que se denomina comúnmente como emocionalismo.

El razonamiento emocional – del que se deriva el emocionalismo – es la distorsión cognitiva que se produce siempre que nuestra interpretación acaece de forma coherente con nuestro estado emocional reactivo, sin investigar realmente cuál es la verdad”[15].  Esto es posible gracias a un proceso cognitivo de origen evolutivo que permite a nuestros instintos mantener cierta influencia y control sobre nuestra razón, lo que se expresa comúnmente al manifestar nuestras opiniones o posiciones ideológicas (políticas, religiosas, deportivas, etc) [16]. Es decir, cuando debatimos ideas o argumentamos nuestra posición, nuestra mente podría no estar necesariamente construyendo los argumentos desde el razonamiento lógico, sino más bien desde la pretensión de articular una justificación post hoc, que dote de sentido nuestras intuiciones emotivas que emergen desde nuestra facultad cogitativa16.  

Este mecanismo psicológico ha mostrado estar detrás de un sinnúmero de disonancias cognitivas que llevan a las personas a cometer actitudes erráticas, generalmente gobernadas por la ira y el resentimiento, en su relación con pares y - en el caso de los estudiantes - con profesores y comunidad académica en general. Una de esas actitudes es la denominada “Microagresión”, concepto reciente que se relaciona con supuestas humillaciones verbales, intencionadas o no, que transmiten desaires hostiles, peyorativos y negativos[17].  El problema de este constructo radica en que es la (mala) interpretación del oyente lo que determina la agresividad de un acto y no un juicio racional de su intención, fomentando a que las personas, a la hora de elaborar un juicio respecto a un acto ajeno, comiencen en sus propios sentimientos, para luego acabar elaborando argumentos justificativos para dotar de sentido racional su propio (mal) juicio previamente elaborado desde la afectividad. Un ejemplo de aquello se observa en las políticas de lenguaje inclusivo de las Universidades, que, al margen del consenso científico normativo [18], proscriben una serie de expresiones (mal) catalogadas como “sexistas” [19], debido a su potencial (micro) para agredir la identidad de la mujer, tanto en su Yo personal, como en su identidad intersubjetiva y colectiva.

Fragilidad y victimización

“El viento apaga una vela, pero aviva el fuego”[20]. Esta cita de Nicolas Taleb ilustra la importancia de poseer las capacidades necesarias para enfrentar las turbulencias de la vida, sin apagar nuestra luz interior. Sin embargo, estas capacidades no son innatas y deben ser desarrolladas en nuestro curso de vida, para lo cual, resulta imprescindible ponerse en disposición a ser provocado y desafiado por el entorno socioafectivo. De lo contrario, tal como el reposo prolongado atrofia nuestra musculatura, los espacios de ultra seguridad estudiantil atrofian al carácter y la capacidad de resiliencia de los estudiantes, transformando sus caracteres en meras velas que se apagan con una suave brisa.

¿Qué es la resiliencia? La resiliencia, entendida como “la habilidad para adaptarse positivamente a las condiciones de vida”, da cuenta de la capacidad de mantener (o autocorregirse) el propósito existencial de sí mismo, pese a las adversidades y eventos estresantes y sin considerar sentimientos de resentimiento y venganza, como formas de emancipación de la tristeza[21],[22],[23].

Por desgracia la resiliencia, como atributo - y virtud -, ha sido desplazada por la narrativa de la fragilidad y la victimización. Esto debido, en parte, a que las ciencias humanas, sociales y medios de comunicación han tendido a privilegiar el análisis y reporte de las experiencias de las víctimas y no a aquellos que, a pesar de ser acechados por el sufrimiento, logran reconstruir su vida22,[24].  Por ejemplo, en la base de datos PubMed es 2,3 veces más probable encontrar artículos científicos referidos al término “Violencia” que a la “Resiliencia24. Algo similar ocurre en los medios de comunicación.

Por lo tanto, en un mundo (mal) interpretado como violento, parece esperable que los estudiantes – en todos los niveles – adopten un sistema de creencia según el cual dejan de estar dispuestos a asumir desafíos y a convivir con perspectivas distintas e ideas alternativas que los pongan en riesgo. La seguridad prevalece por sobre todo lo demás, lo que instaura la cultura de la fragilidad y la ultra seguridad, que incentiva la eliminación de las amenazas (reales e imaginarias), privando a los jóvenes de las experiencias que se requieren para el desarrollo íntegro de una sana capacidad de resiliencia[25].

Pensamiento dicotómico y pulsión igualitarista

 La mente humana está preparada para el tribalismo. Es propio de nuestra naturaleza que bajo ciertas circunstancias nos aferremos a nuestra tribu y exacerbemos la distinción entre el “nosotros” y “los otros”, con el propósito de defender la matriz moral del grupo al cual pertenecemos. Esto concuerda con uno de los principios esenciales de la psicología moral que es: “La moralidad une y ciega [26]. Es decir, bajo la actitud tribal generamos lazos de amistad y cooperación con los miembros de mi grupo, al mismo tiempo que rechazamos los de otro, al percibirlos como una amenaza para nuestra supervivencia. Así, la gente tiende a pensar que su propio grupo busca el bien común, mientras que los adversarios son malvados y se guían por intereses egoístas [27].

Esta forma de pensamiento - propia de la política identitaria que distingue a grupos organizados en torno a características, como raza, sexo, clase, sexualidad, costumbres, religión, deporte, entre otras [28]– promueve la conflictividad y el resentimiento – o envidia - entre grupos, lo cual, impide el establecimiento de un dialogo tolerante y por, sobre todo, la disposición a buscar la verdad desde la diversidad, cuestión esencial en una convivencia académica sana y constructiva.   

Una especial manifestación de esta disonancia cognitiva en las nuevas generaciones es la pulsión por el igualitarismo, entendida como: aquella doctrina que busca un orden igualitario en la distribución de los bienes materiales [29]. El problema del igualitarismo radica en que, desde el punto de vista evolutivo, las personas lejos de buscar igualarse están instintiva y permanentemente tratando de diferenciarse[30]. Entonces ¿cómo se explica el impulso igualitarista?  

Una de las características de la vida moderna es la mutua dependencia entre los individuos, mediante el establecimiento de vínculos de cooperación y competencia – a lo que llamamos mercado -, haciendo inevitable que el sentimiento de su propia valía se alimente de la comparación con otros, desencadenando sentimientos de envidia y resentimiento, especialmente cuando el resultado de la distribución no es favorable al individuo [31]. Esto fue incluso confirmado recientemente en un gran estudio realizado con población nativa de EEUU, Reino Unido, India e Israel[32].

Por este motivo, en la sociedad actual, las nociones de reconocimiento o de autorrespeto son considerados bienes primarios, dado que su suficiencia sería un factor protector de conductas sociales autodestructivas derivadas de la envidia y el resentimiento.

La pérdida del autorrespeto podría también generar empatía en otros. John Rawls, en Teoría de la Justicia argumentó en este sentido: “la posición inferior de una persona puede ser tanta que hiera su autorrespeto; y dada su situación, simpatizaríamos con su sentido de perdida[33]. Vale la pena destacar que aquella simpatía por el sentido de perdida, al que alude Rawls, corresponde al sentimiento de compasión.

La compasión, entendida como la tristeza por el mal ajeno, es un sentimiento moral que emerge desde el miedo a aquello que es temido para sí mismo[34].  Sin embargo, a diferencia del miedo – emoción hacia una representación de una situación peligrosa –, la compasión ha sido tradicionalmente considerada como una virtud moral, cuyo criterio de necesidad es que el sujeto de compasión posea siempre el estatus de “inocente” - o debe serlo de manera suficiente 32. Por lo tanto, si en el imaginario colectivo de nuestra juventud actual se ha instalado el convencimiento de que valores como el mérito no son más que el espejismo de una sociedad de privilegios dados por una estructura de clase, el resultado inevitable será percibir que la pobreza es siempre injusta, con el consecuente desencadenamiento de las pasiones sociales envidia y compasión, lo que da origen a la pulsión igualitarista.

 Necesidad de reconstruir el sentido de la virtud

            Si el sentimentalismo es “vivir en función de los sentimientos y de su abuso [35], no podríamos considerar entonces que sería una buena vida o una vida feliz – o al menos edificante - aquella que se conduzca mediante sentimientos, como: la envidia, el miedo, el resentimiento, el odio y la ira. Muy por el contrario, estos hábitos han mostrado ser destructivos, tanto para la vida individual, como para la harmonía de la sociedad en su conjunto[36]. En este contexto, surge la necesidad de reconstruir el sentido de la buena vida y la virtud. Un buen camino para aquello es la filosofía.

Una de las escuelas filosóficas que se encaminó hacia la búsqueda de la buena vida, la felicidad y la virtud es El Estoicismo, cuyas enseñanzas perduran hasta el día de hoy[37]. Las principales preocupaciones del estoicismo fueron la racionalidad, la felicidad y la univocidad del bien, considerando a la virtud como un ideal de aquello que es bueno.

El primer estoico fue Zenón de Citio (333 – 261 a.C), que luego de estudiar la filosofía cínica, inauguró su propia escuela, la estoica. Por este motivo, muchas de las ideas que configuran al estoicismo, como sistema filosófico, provienen de los Cínicos; entre ellas, la tendencia a mantener bajo el control de la razón al apetito del “deseo”, la preocupación de aquello que solo está bajo nuestra propia voluntad y la tendencia a suprimir sentimientos, como la indignación, la ira, la envidia, la piedad, entre otros[38].

De interés para el tema que nos convoca es la perspectiva del estoicismo respecto a la ira. El político y filósofo romano – y también seguidor del estoicismo - Lucio Anneo Séneca (4 a.C  - 65 d.C), en su obra “De La Ira”, se refiere a este sentimiento como “locura breve”, debido a que su manifestación “olvida toda conveniencia, desconoce todo afecto, es obstinada y terca en lo que se propone y es sorda a los consejos de la razón”; por este motivo, desde la perspectiva estoica, la ira es una de aquellas pasiones que debe ser mantenida siempre bajo el control de la razón, en todo momento y lugar[39].

En definitiva, lo valioso para estos tiempos es vislumbrar que la ética estoica no tiene necesariamente que ver con el bien o el mal moral – como sí parece serlo para la juventud moderna - , sino con poseer un buen “animo o espíritu”, es decir, con vivir una vida buena y feliz, una vida virtuosa. En este contexto, la virtud estoica no alude a atributos superficiales como la castidad, la bondad o la humildad o - dicho en términos actuales - con el modo en que nos mostramos fieles a alguna de las causas buenistas que abundan en nuestro escenario social contemporáneo; sino que se relaciona con la excelencia humana, que depende del grado según el cual las personas se apegan a la función para la que han sido concebidas según su naturaleza. La pregunta que cabe aquí es ¿Cuál es esa función? Para los estoicos, el ser humano es el único en el reino animal que posee de suyo propio un atributo que lo distingue de otras especies, la razón. Por lo tanto, desde la perspectiva estoica, la primera función a la que el ser humano es conminado una vez concebido, es a ser razonable37.

Conclusión

Las emociones son formas de la conciencia intencional que hacen que el ser humano viva en una relación anímica con el mundo. Desde la Grecia antigua es aceptado que el sentimiento y pensamiento, - o emoción y cognición, afectividad y lógica, en un sentido amplio –, interactúan obligatoriamente en la actividad psíquica[40].

Desde esta perspectiva, en el presente ensayo he intencionado una reflexión en torno a las características que han marcado el giro sentimentalista de la juventud actual, partiendo desde su tendencia a configurar una realidad para sí desde su propia afectividad subjetiva - que resulta ser a menudo, distinta de la realidad exterior -, hasta el destino que ha tomado este cambio de mentalidad de las actuales generaciones, que es la instauración de una cultura de la fragilidad, la ultra protección, el pensamiento dicotómico y el impulso igualitarista.

Todas estas distorsiones cognitivas, en el plano colectivo, van a converger en un fenómeno que ha sido catalogado como: la infantilización del espacio público[41], caracterizado por la frivolización y la desconfiguración valores que son esenciales para cualquier sociedad que aspira a promover un clima de diálogo racional y tolerante, en los distintos espacios de la sociedad, principalmente los académicos.

En este contexto, surgen varias preguntas ¿Existen mecanismos que permitan reorientar la mente moderna en un sentido racional? ¿Será realmente la filosofía estoica – como fue presentado en este ensayo – una respuesta “buena y efectiva” al hipersentimentalismo moderno?

El tiempo y su sabiduría sabrá proporcionarnos estas respuestas, por ahora, solo nos queda observar nuestra historia, intentando localizar rasgos presentes en las huellas del pasado. Como decía Mark Twain “si bien la historia no se repite, pero a veces rima”.

 


Bibliografía


[1] Byung-Chul Han. (2021). La sociedad paliativa. Editorial Herder.

[2] Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. (2020). La transformación de la mente moderna. Editorial Ariel.

[3] Steven Pinker. (2018). En defensa de la Ilustración: por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. Editorial Paidós.

[4] Catherine Nixey. (2021). La era de la penumbra. Editorial Taurus.

[5] Irene Vallejo. (2021). El infinito en un junco. Editorial Debolsillo.

[6] José Ángel García Cuadrado. (2011). El Hombre en el Mundo Natural. En: Antropología Filosófica. Una Introducción a la Filosofía del Hombre.

[7] Hilary Putnam. (1984). El significado de “significado”. Teorema: Revista Internacional de Filosofía. 14(3-4): 345 – 406.

[8] José Ángel García Cuadrado. (2011).Ibid.

[9] Dirección de Equidad de Género y Diversidad Ciudad Universitaria. Manual de Buenas Prácticas para Ambientes de Estudio en la Universidad de Concepción 2020 – 2021. Extraído de: http://degyd.udec.cl/sites/default/files/Manual_de_Buenas_Practicas.pdf.

[10] Santo Tomás de Aquino. Summa Teológica. Versión web en: https://hjg.com.ar/sumat/.

[11] Aristóteles. Ética a Nicómaco. (2005). Alianza Editorial.

[12] Juan Fernando Sellés. (2010). Los filósofos y las emociones. Cuadernos de Anuario Filosófico.

[13] Aristóteles. Retórica. Descargado de: www.eleajdria.com

[14] José Ángel García Cuadrado. (2011). Antropología Filosófica. Una Introducción a la Filosofía del Hombre.

[15] Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. (2020). La transformación de la mente moderna. Editorial Ariel.

[16] Jonathan Haidt. (2019). La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Editorial Deusto.

[17] Derald Wing Sue. (2010) Microaggressions in everyday life: Race, gender and sexual orientation. Editorial Wiley.

[18] Respecto al lenguaje sexista, la RAE sostiene que: “el sexismo no es una propiedad de la lengua, sino que se deriva del uso de esta”. Ref: Real Academia de la Lengua Española. (2020). Sobre Sexismo Lingüístico, femeninos de profesión y masculino genérico. Posición de la RAE. En: Informe de la Real Academia Española sobre el lenguaje inclusivo y cuestiones conexas.  Enlace: https://www.rae.es/sites/default/files/Informe_lenguaje_inclusivo.pdf

[19] Dirección de Equidad de Género y Diversidad Ciudad Universitaria. Manual de Buenas Prácticas para Ambientes de Estudio en la Universidad de Concepción 2020 – 2021. Extraído de: http://degyd.udec.cl/sites/default/files/Manual_de_Buenas_Practicas.pdf.

[20] Nassim Nicholas Taleb. (2011). El cisne negro: El Impacto de lo Altamente Improbable. Editorial Paidós.  

[21] Sisto, A., Vicinanza, F., Campanozzi, L. L., Ricci, G., Tartaglini, D., & Tambone, V. (2019). Towards a Transversal Definition of Psychological Resilience: A Literature Review. Medicina (Kaunas, Lithuania), 55(11), 745.

[22] William González. (2017). La resiliencia como genealogía y facultad de juzgar. Praxis Filosófica. 45: 203 – 229.

[23] Ivo A. Ibri. (2019). Reflexiones sobre la resiliencia humana según la filosofía de Pierce. VIII Jornadas Pierce en Argentina. Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.

[24] En una búsqueda libre realizada en la base de datos PubMed por el autor de este ensayo, la palabra “Resiliencia” arrojó 58.596 artículos y la palabra “Violencia” 135.798 artículos. La búsqueda fue realizada el día 07/11/2022.

[25] Jonathan Haidt y Greg Lukianoff. (2020). La transformación de la mente moderna. Editorial Ariel.

[26] Jonathan Haidt. (2019). La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Editorial Deusto.

[27] Pedro Jesús Pérez Zafrilla. 2022. Opinião Pública, vol. 28, núm. 1, pp. 33-61,

[28] Carlos Peña. (2021). La Política de la Identidad. Editorial Taurus.

[29] Sylvia Eyzaguirre. 2016. Igualitarismo versus suficientarismo. En: Centro de Estudios Públicos. URL: https://www.cepchile.cl/cep/opinan-en-la-prensa/sylvia-eyzaguirre/igualitarismo-versus-suficientarismo#:~:text=El%20igualitarismo%20busca%20un%20orden,ser%C3%ADa%20el%20bien%20a%20resguardar.

[30] Alvaro Fisher. (2016). Estatus: Diferenciarnos más que igualarnos. En: De naturaleza liberal. Cómo la moral y el comportamiento humano tienen su mejor expresión en una sociedad liberal moderna. Ed. Catalonia. Pag: 74.

[31] Juan Ormeño Karluzovic. 2018. Envidia, Resentimiento e Igualdad. Hybris. Revista de Filosofía. 9: 201 – 2019.

[32] Sznycer, D., Lopez Seal, M. F., Sell, A., Lim, J., Porat, R., Shalvi, S., . . . Tooby, J. (2017). Support for redistribution is shaped by compassion, envy, and self-interest, but not a taste for fairness. Proceedings of the National Academy of Sciences, 114(31), 8420-8425.

[33] John Rawls. (1999). A theory of Justice. Harvard University Press.

[34] Martha Nussbaum. (2021). La terapia del deseo. Editorial Grupo Planeta.

[35] Juan Fernando Sellés. (2010). Los filósofos y las emociones. Cuadernos de Anuario Filosófico.

[36] Catherine Nixey. (2021). La era de la penumbra. Editorial Taurus.

[37] William Irvine. (2019). El Arte de la Buena Vida: Un Camino Hacia la Alegría Estoica. Editorial Paidós.

[38] Ibid.

[39] Lucio Anneo Séneca. (2003). De la Ira. Descargado de: https://biblioteca.org.ar/libros/89740.pdf

[40] Ciompi, Luc. (2007). Sentimientos, afectos y lógica afectiva: Su lugar en nuestra comprensión del otro y del mundo. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 27(2), 153-171.

[41] Carlos Peña. (2020). Pensar el Malestar. La Crisis de Octubre y la cuestión Constitucional. Editorial Taurus.

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