El ser en potencia y la funcionalidad humana.
Introducción
El movimiento, en especial el auto
movimiento, constituye una característica sustancial de los seres vivientes,
incluso su sofisticación ha sido el factor que ha distinguido a la humanización
de la hominización, durante la evolución del género homo. La adquisición de
destrezas que permitieran al homínido primitivo construir herramientas en aras
de su propia supervivencia (Homo Faber), para posteriormente avanzar hasta
alcanzar las facultades para adaptar el medio externo a sus necesidades (Homo Sapiens),
ilustra como el movimiento voluntario, en su orientación hacia la acción
humana, ha sido la expresión del proceso evolutivo del hombre y, por sobre
todo, de sus facultades intelectivas (espíritu o alma racional) que lo han
situado en posición de avanzada con respecto a otros seres vivientes que
habitan nuestro ecosistema.
Gracias a estas facultades, el
hombre se permite reflexionar, imaginar y representar realidades que pueden ser
diversas, cuyo único límite es la inteligibilidad del fenómeno imaginado, es
decir, su propia capacidad creadora, facultad que emerge desde el espíritu del
hombre.
En
este contexto, el ser humano en potencia parece estar fuertemente determinado
por esta capacidad creadora que lo orienta hacia la exploración de nuevos
horizontes vitales y lo sitúa en un estado de permanente transformación. Esto
abre la pregunta acerca de la potencialidad y la acción humana; vale decir, ¿Cuál
es la naturaleza del Ser humano en potencia? Considerando la capacidad
imaginativa del hombre ¿Qué atributo hace que la acción humana se oriente a un fin,
basado en dimensiones psicofísicas reales? ¿Qué papel juega el movimiento y la
funcionalidad en la acción humana?
En
el presente ensayo intentaré abordar estas problemáticas, mediante el análisis
de la naturaleza metafísica del movimiento, reflexionando en torno a los
conceptos de Acto y Potencia, así como la importancia del movimiento para las
operaciones inmanentes de los seres naturales y la acción humana. Para luego,
desde la comprensión de la naturaleza metafísica del movimiento humano, introducirnos
en aquellas facultades humanas que determinan su potencialidad, para finalmente
abordar la naturaleza de la funcionalidad y su importancia para la acción
humana.
Metafísica
de los seres naturales.
Desde
el punto de vista metafísico, todo Ser natural está formado por dos co-principios:
materia (prima) y forma (sustancial). En este sentido, la materia es todo
aquello de lo que una sustancia está hecha, mientras la forma es aquello que
hace que una cosa sea lo que es y no otra distinta. A modo de ejemplo, el fémur
y el corazón, siendo ambos órganos de nuestro cuerpo conformado por células,
presentan diferencias importantes y evidentes entre sí. Si bien, ambos
presentan una configuración material con ciertos elementos en común (ambos
conformados por células eucariontes, con genes idénticos y similares categorías
histológicas de configuración tisular), presentan diferencias significativas en
cuanto a su forma sustancial, su Ser, aquel principio que determina (o forma) a
la materia que los compone para llegar a ser, uno un fémur y el otro un corazón[1].
En
otras palabras, dada su forma, el fémur no puede ser otra cosa que un fémur y
el corazón, otra cosa que un corazón. En cambio, sus células (osteoblastos o
cardiomiocitos) aisladas de la forma propia del órgano, en un medio ambiente y
con la tecnología adecuada, podrían potencialmente dar origen a órganos
distintos. De esta manera, entendemos que, teóricamente la materia va a corresponder
siempre a un principio potencial y determinable por la forma.
Desde
esta concepción metafísica de los seres naturales, se deduce que la forma sería
aquello que hace que la materia sea algo “en acto”, vale decir, en su estado de
perfección; lo que puede ser también denominado como: simpliciter (“aquello
que es sencillo, sin ningún artificio”[2]). En este sentido, acto correspondería
a la actualidad absoluta del Ser o, dicho de otro modo, el Ser en su estado de
perfección. Por ejemplo, si pensamos en el corazón y nos preguntamos ¿podría
ser el corazón otra cosa? La respuesta tendría que ser: No, dado que el estado
de máxima actualidad del ser de este órgano sería ser corazón, condición en la que
adquiere su máxima perfección [3].
En
su obra Metafísica, Aristóteles (384 – 322 A.C) distingue y contrasta
dos tipos de actualidad o dos maneras de existir en acto, una de las cuales
conviene a las sustancias (acto primero) y otra a los procesos u operaciones
(acto segundo). Así, el acto primero (denominado también “entelequia”), se
refiere a la sustancia en cuanto ha sido plenamente actualizada por todos los
accidentes que le competen por naturaleza, y el acto segundo a cualquier
perfección posterior al simple ser. Vale la pena mencionar que, para
Aristóteles, también existen algunas entidades que solo son efectivas mientras
permanecen incompletas, de manera que solo pueden ser descritas en la medida
que aún no han llegado a ser del todo y cuya actualidad es un proceso por
naturaleza inacabado y que, en consecuencia, su actualidad dejaría de ser si el
proceso se completa[4].
Un ejemplo de aquello son los actos que constituyen procesos, como “entender”,
“adelgazar, entre otros.
Si
la forma es un principio actual equivalente al ser en acto, la materia sería
entonces pura potencialidad. En este sentido, la potencia hace referencia al
principio del movimiento o del cambio, es decir, corresponde a aquello que,
estando en proceso, puede llegar a ser pero que aún no es en acto[5]. Esto supone, de antemano,
una cierta interdependencia entre el acto y la potencia, dado que no sería
posible ser en potencia algo de lo cual no se conoce previamente en acto, en
decir, “ser en potencia es necesariamente relativo al acto, mientras el Ser
en acto no incluye ninguna referencia necesaria a la potencia”[6]. Para ilustrar estas ideas
diríamos que si el corazón en potencia equivale a un conglomerado de células que
dan origen a la estructura orgánica del corazón, éstas no podrían ser cualquier
tipo de células con cualquier configuración biológica; tendrían que ser necesariamente
células miocárdicas pluripotenciales, las cuales solo pudieron ser definidas
como tales, una vez que fue constatado que el estadio culmine de su proceso
organogénico era la estructura biológica y fisiológica del corazón y no de otro
órgano.
Por
otra parte, dos concepciones de la potencia son puntualizadas por Aristóteles:
una relacionada a la capacidad para ejecutar una operación (potencia activa) y
otra relacionada a la capacidad para recibir un acto (potencia pasiva)[7]. Si ilustramos estos
conceptos con un ejemplo tomado del desarrollo humano y la farmacología: el crecimiento
de un niño sería una potencialidad activa y su curación frente a una enfermedad
sería una potencialidad pasiva. Esto debido a que sería la influencia de un
tercero “en acto” lo que desencadena la curación de la enfermedad.
La
actualidad del ser en potencia: El movimiento.
Hasta
aquí se ha discutido que la sustancia de los seres naturales está configurada a
partir de la materia y la forma, siendo esta última lo que determina la
actualidad del ser. Sin embargo, entendiendo que bajo ciertas circunstancias el
ser también puede encontrarse en un estado potencial, ¿sería posible considerar
que la actualidad de un ente (su ser en acto) sea su estado de potencialidad?
Para contestar esta interrogante, en primer
lugar, es pertinente mencionar que, si la actualidad de una sustancia es su estado
de perfección, es porque no presenta aspectos susceptibles de actualizar y, por
lo tanto, se encuentra en un estado de máxima actualidad. Desde esta
perspectiva, Aristóteles comprendió que la actualidad del ser en potencia sería
entonces un estado de incompletitud susceptible de ser perfeccionado, concluyendo
así que el ser en potencia “en acto” no sería otra cosa que el movimiento o la
transformación del ente[8].
¿Qué
es lo que se transforma o actualiza una vez que el movimiento se realiza? Jorge
Mittelman, a este respecto, sostiene que “el movimiento sería definido por
Aristóteles como la actualidad del poder que tienen ciertas cosas de sufrir un
proceso de transformación”[9]. Esto supone
ineludiblemente que, si el movimiento (o transformación) es un tipo de actualidad
cuya característica principal es su estado de ser “inacabado” y conducente a un
nuevo estado de perfección, entonces el proceso de cambio derivado del
movimiento sería la actualización de la potencialidad del ente[10]. Por ejemplo, los cambios
sufridos por una persona durante el envejecimiento, si bien no son cambios de
tipo sustancial (dado que la persona en ningún momento de su curso de vida deja
de ser un ser humano); sí, serían cambios de tipo accidental, que afectan su
materia prima y actualizan su potencialidad, en este caso, hacia una actualidad
determinada por una condición de mayor fragilidad humana.
De
esta manera entonces, entendemos que la idea de movimiento (actualidad del ser
en potencia) implica no solo el movimiento topográfico entendida como desplazamiento,
sino también, aquellos cambios de índole cualitativo propio de los seres
corpóreos que efectivamente reconfiguran su naturaleza potencial hacia un
estado de perfección actualizado. Este proceso de transformación supone también
la existencia de una respectiva mutabilidad, exigiendo la existencia de algo
según lo cual pueda ser determinada tal posibilidad de mutación [11]. En este sentido, para
los seres animados, la organicidad, característica que implica la organización
y coordinación funcional de las partes en el todo unitario del viviente, les
confiere a los mismos su dinamismo y posibilidad de transformación, movimiento
o mutación. A partir de estas ideas,
entendemos que el movimiento, específicamente auto movimiento, constituye una
característica consustancial a la naturaleza del ser animado o viviente. Es
decir, “lo vivo es aquello que tiene dentro de sí mismo el principio de su
movimiento, lo que se mueve “solo”, es decir, sin la necesidad de un agente
externo que lo impulse”[12].
El
auto movimiento dota a los seres vivientes de diversas facultades, entre ellas,
de la posibilidad de perfeccionarse a sí mismo, mediante operaciones inmanentes.
La inmanencia, como concepto, proviene del latín “quedar dentro” o “quedar
guardado”. Las operaciones inmanentes, entonces, son aquellas cuyas causas y
efectos permanecen en el propio ser vivo, es decir, permanece dentro de sí,
para sí. Esto significa que, de algún modo, la capacidad de auto movimiento faculta
a los vivientes de tenerse a sí mismo como fines, al ser ellos mismos los
beneficiarios de sus propias acciones, para su propia perfección. Una
manifestación de la inmanencia de los vivientes sería su capacidad de
adaptación al medio ambiente[13].
Esta
perspectiva inmanente de los vivientes cruza las distintas escalas de
complejidad de los sistemas fisiológicos. En este sentido, Galeno de Pérgamo (129
– 216 D.C), médico y filósofo del imperio romano, advirtió que cada parte del
cuerpo humano tiene una estructura adecuada a su función en la economía del
cuerpo entero. De manera interesante, sus observaciones le permitieron afirmar
que la excelencia de la estructura de cualquiera de las partes del cuerpo se
manifiesta en su cooperación a la acción de todo el cuerpo, es decir, a sí
mismo. Desde este modo de entender de la anatomía y fisiología humana, Galeno
afirmó que “la función de las partes del cuerpo se encuentra en relación con
el alma, puesto que el cuerpo es su instrumento”[14].
El
movimiento y la acción humana.
Para un ser viviente “vivir no es
idéntico a obrar, sino que es su condición de posibilidad”[15], es decir, es el
principio vital (alma) lo que hace posibles operaciones, como el auto movimiento.
Dicho de otro modo, no es la capacidad de auto movimiento la razón de
posibilidad de la vida, sino que es gracias a la existencia de este principio
vital, que es posible el auto movimiento. No obstante, el hombre, en tanto
viviente corpóreo, es más que tan solo un conglomerado de órganos, dotados de
organicidad y función, cada uno poseedor de un principio vital que determina su
auto movimiento.
Galeno,
ya en el siglo II (d.C), definió al cuerpo humano como: “un todo orgánico en
que todas las partes están en simpatía y en perfecto equilibrio, sin que nada
sobre ni falte para constituir cooperativamente a ese ser racional que es el
hombre”[16].
Es decir, para el médico de Pergamo,
cada una de las partes del cuerpo, además de ser la mejor versión posible de
sí, es servil a la naturaleza del hombre, en tanto ser dotado de razón.
La
racionalidad (Logos) parecer ser aquello en lo que diversos pensadores han
coincidido, respecto a la naturaleza humana. En este sentido, el cuerpo humano sería
una mente encarnada y la expresión de la mente. Vale decir, el cuerpo humano
sería el instrumento a través del cual la mente (alma racional) manifiesta su
voluntad, donde el movimiento (voluntario/intencional o involuntario) se
convierte en un medio para desencadenar la acción humana. De esta forma, la acción
pasaría a ser el movimiento corporal informado por la intención racional del
agente[17].
Es
así como el movimiento sería, por lo tanto, una causa eficiente para el
ejercicio de las acciones propias de la naturaleza humana, tal como la
capacidad de auto movimiento constituye una causa eficiente para las
operaciones inmanentes de los seres vivientes. Sin embargo, aun queda abierta
la pregunta ¿cuáles son aquellas acciones propias de la naturaleza humana?
Desde
el punto de vista evolutivo existen antecedentes para sostener que el hombre,
gracias al desarrollo de su capacidad creadora, adquirió facultades para adaptar
el ambiente a sus necesidades vitales. Esto se produjo, en primer lugar,
gracias a su capacidad para elaborar herramientas cada vez más sofisticada necesarias
para su adaptación (Homo Faber) y, segundo, gracias a su inteligencia,
facultad meta específica que le permitió al hombre abrir el hiato entre el
motivo y la acción, dado por la planificación (Homo Sapiens). Esta
capacidad de planificación, derivada de la inteligencia, permite al Sapiens
erigirse como una persona indeterminada por la especie, a diferencia del resto
de los seres vivientes que de una u otra forma funciona en favor de la especie[18]. En esta misma línea, Max Scheler (1874 – 1928)
abordó la pregunta acerca del papel del hombre en el cosmos, sobre la tesis de
que efectivamente existiría una diferencia sustancial entre el hombre y los
animales. Para este pensador, el principio que hace del hombre un ser ajeno a
todo lo que podría llamarse vida, en el más amplio sentido, es el espíritu
humano, cuyas facultades están determinadas por la libertad, la objetividad y
la conciencia de sí mismo[19].
A
partir de estas facultades emanadas del espíritu humano se configuran los
fundamentos de la acción humana, acto consciente y desencadenado por la
voluntad transformada en actuación, cuyo propósito es el logro de fines y
objetivos precisos. En este sentido, la acción implica acudir a ciertos medios
para alcanzar determinados fines, siendo uno de estos medios: el trabajo. Sin
embargo, el hombre, dada su capacidad intelectiva, tiene la facultad para actuar
o ejercer una acción en otros, mediante los distintos canales de expresión
lingüística que le son propios [20].
Ludwig
Von Mises en “La Acción Humana”, plantea que “el hombre, al actuar, aspira a
sustituir un estado menos satisfactorio por otro mejor. La mente presenta al
actor situaciones más gratas, que el mismo pretende alcanzar mediante la acción”[21]. De esta manera es
posible suponer que, entre otros, el sentimiento de malestar constituiría un
incentivo importante que induciría al sujeto a actuar. Además, son criterios de necesidad para la
acción el advertir mentalmente la existencia de cierta conducta deliberada capaz
de suprimir o, al menos, de reducir la incomodidad sentida, de lo contrario el
hombre no tiene más remedio que someterse a su destino[22].
En
definitiva, el acto humano, en tanto consciente y voluntario, tendría su
potencialidad en la imaginación y capacidad de representación de las acciones
humanas. Las que facultan al Homo Agens[23]
a planificar sus acciones en un sentido ético para sí. Todos estos procesos,
para los cuales el espíritu es su criterio de necesidad, requieren de procesos
internos que permitan al hombre desplazarse y transformarse hacia un nuevo
estado de perfección, es decir, un cambio desde un estado de menos satisfacción
por otro mejor.
La
funcionalidad como criterio de necesidad para la acción humana.
No
obstante, si la potencialidad humana, dada la existencia de su espíritu, es aquella
capacidad para imaginar o representar nuevos actos, ¿Cómo se entendería entonces
que un hombre pueda representar en su imaginación a un ser humano corriendo a
150 km/hr, entendiendo que todo ser en potencia es siempre relativa a su ser en
acto? ¿Cómo sería posible que el ser en potencia pueda albergar distintas alternativas
de devenir que superen las posibilidades de su ser en acto?
A
diferencia del viviente humano, los vivientes no humanos parecieran no advertir
ni hacer nada que sea inútil o, dicho de otra forma, el hombre, dado su
espíritu, tiene la facultad para imaginar acciones que superan con creces los
umbrales de la mera utilidad o supervivencia. Esto podemos verlo nítidamente en
expresiones artísticas como la danza u otros tipos de artes (música, poesía,
pintura, escultura, teatro, etc), en las que se producen imágenes, narrativas,
sonidos o experiencias, con el potencial de ampliar la posibilidad de
producción de sensaciones y sentidos, que van más allá de los límites de las facultades
psicofísicas del ser humano [24],[25]. No obstante, la
acción humana, pese a las facultades de la imaginación, no deja de estar
limitada por los grados de libertad establecidos por la dimensión psicofísica
del hombre, lo cual, hace suponer la existencia de una cualidad adicional a la
acción, con la facultad de optimizar la ejecución de las acciones y al mismo
tiempo, circunscribiendo los actos humanos a la dimensión psicofísica del
cosmos. De esta forma, la funcionalidad constituye
aquella facultad que ordena y coordina la dinámica del movimiento, de acuerdo
con las posibilidades establecidas por el equilibrio natural del hombre.
En
definitiva, funcionalidad se constituye como un criterio de necesidad (mas no
de suficiencia) para la acción humana, toda vez que se hace necesaria para la
potencialidad del hombre, pero no es suficiente para el éxito de un propósito
determinado. Además, su existencia como atributo solo tiene sentido en la dinámica
de los distintos componentes (órganos) que configuran el cuerpo humano. En
otras palabras, sin movimiento y función orgánica, la funcionalidad carece de
sentido.
¿Qué
pasaría si la funcionalidad fuera un atributo ininteligible para nuestro
espíritu?, la acción humana sería un simple ejercicio de intelección inmaterial
y la potencialidad quedaría atrapada en el imaginario del espíritu humano, desprovista
de un marco de referencia basado en la realidad del cosmos, que sostenga el amplio
abanico de posibilidades que puede adoptar el devenir del ser en acto. Es así
como la funcionalidad constituye algo así como la geometría natural de la que
está dotada la acción, la que resulta de la interacción de los componentes
mentales y físicos de la acción consciente, propia del ser humano.
Conclusiones
En el presente ensayo se ha analizado
cómo la funcionalidad constituye un atributo determinante para la potencialidad
del ser humano, al erigirse como criterio de necesidad para la acción humana.
A
partir de la naturaleza metafísica del movimiento y los conceptos de acto y
potencia se analizaron las implicancias que tiene para el hombre, el movimiento;
no solo como actualidad de la potencia de un ente, sino como esencia de los
seres vivientes, a través de la facultad de auto movimiento y la capacidad para
realizar procesos inmanentes. En este sentido, si bien, el hombre, en tanto ser
viviente, está dotado de inmanencia (al igual que otros animales), su
potencialidad no está determinada solo por su capacidad de autotransformación,
en un sentido vital, sino que por atributos propios de su espíritu (o alma
racional), como la intelección que propicia su capacidad imaginativa. Estos
atributos, consustanciales al espíritu, determinan la acción humana que, dotada
de voluntad y finalidad, conducen el devenir de la vida de los hombres. Bajo
estos principios, la funcionalidad sería una especie de estación de relevo,
entre la capacidad inspirativa y la acción, al permitir la articulación
organizada de los múltiples tipos de movimientos conscientes e inconscientes que
dan origen a la acción consciente y voluntaria. De esta manera, la
funcionalidad sería un criterio de necesidad para la acción humana, sin la
cual, la acción consciente sería pura planificación e intelección.
Algunas
preguntas quedan abiertas al finalizar este ensayo: Si la funcionalidad es
aquel atributo que circunscribe las posibilidades del espíritu al contexto
psicofísico de la realidad del cosmos, ¿sería la disfuncionalidad una anomalía
que restrinja las posibilidades de actuación del ser humano en el cosmos? ¿en qué
sentido? ¿bajo qué criterio de necesidad diríamos que un individuo presenta una
disfunción para ejercer tal o cual acción? Si un individuo presenta una
condición neurodegenerativa de origen genético, ¿diríamos que su situación es
disfuncional o diríamos que su condición es más bien una característica
sustancial de su naturaleza potencial?
[1] En efecto, este ejemplo tiene
sentido solo para fines ilustrativos debido a que, en la realidad, el corazón y
el fémur, en tanto partes de un todo real que, por cierto, se encuentra en acto
(cuerpo humano), no podrían ser cada uno un ente en acto. Pues, si eso
aconteciera el cuerpo no podría ser un continuo, sino un conjunto agregado de
entes [Referencia: Millán-Puelles, A., 1985. Fundamentos de Filosofía. Madrid:
Ediciones Rialp, pp.263-301.].
[2] Centeno, S.; Simpliciter; en:
Diccionario filosófico de Centeno; Oviedo-España; 24/09/2017;
https://sites.google.com/site/diccionariodecenteno/s/simpliciter; recuperado
el:… 21/09/2022
[3]
Letelier Widow, G., 2022. Lecciones fundamentales de filosofía. 1st ed.
Santiago: Centro de Estudios Tomistas.
[4]
Aristóteles. Metafísica. Librodot.com.
Capítulo 4.
[5]
Ibid. Capítulo 12.
[6]
Letelier Widow, G., 2022. Lecciones fundamentales de filosofía. 1st ed.
Santiago: Centro de Estudios Tomistas.
[7]
Aristóteles. Metafísica.
Librodot.com. Capítulo 15.
[8]
Ibid, Capítulo 12.
[9]
Jorge Mittelmann., 2006. Ser y llegar a Ser. Un Disenso interpretativo en torno
a la definición aristotélica del movimiento. Tópicos, Revista de Filosofía. 30:
101-125
[10]
Miguel Espinoza., 2014. Ser en potencial. Eikasia: revista de filosofía. Extra-54:
53-68.
[11]
Antonio Millán Puelles., 2006. Fundamentos de Filosofía. Capítulo X: La
Cualidad. Pag: 302.
[12]
José Ángel García Cuadrado., 2010. Antropología del hombre: Una introducción a
la Filosofía del Hombre. Ediciones Universidad de Navarra. Pag: 46.
[13]
José Angel García Cuadrado., 2010. Antropología del hombre: Una introducción a
la Filosofía del Hombre. Ediciones Universidad de Navarra. Pag: 47.
[14]
Galeno de Pérgamo., 2010. Del Uso de las Partes. Introducción. Ed. Gredos.1ed.
[15]
José Angel García Cuadrado.,2010. Antropología del hombre: Una introducción a la
Filosofía del Hombre. Ediciones Universidad de Navarra. Pag: p. 48.
[16]
Galeno de Pérgamo., 2010. Del Uso de las Partes. Introducción. Ed. Gredos.1ed.
[17]
Alsdair Macintyre. ¿Qué es un
cuerpo humano?
[18]
L. Polo. Sobre el origen del hombre: Hominización y humanización.
[19]
Scheler, M., 2000. El puesto del hombre en el cosmos. El Cid Editor.
[20]
Ludwig Von Mises., 2011. La Acción Humana: Tratado de Economía. 10ed. p 83-86.
[21]
Ibid, p 87
[22]
Ibid, p 87
[23]
Según Ludwing Von Mises, el ser humano no sería solo Homo Sapiens, sino también
Homo Agens, dada su capacidad para actuar en un sentido en desmedro de otro,
orientado a un estado de mayor satisfacción.
[24]
Paul Valéry. Filosofía de la
Danza.
[25]
Zambrano, M., 2016. La
investigación en el arte –la relación arte y ciencia, una introducción. Index,
Revista De Arte contemporáneo, (01), 110-116.
https://doi.org/10.26807/cav.v0i01.25
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