La razón práctica en Kant: ¿Un mandato racional o una justificación de la intuición?
Introducción
En la
filosofía moral kantiana las leyes morales corresponden a juicios sintéticos a
priori, que tienen su origen y representación en la realidad de la
conciencia, es decir, son universales, genéricas, anteriores a cualquier
experiencia y a nuestra propia naturaleza racional. Por este motivo, Kant
denominó a la conciencia de la ley moral, como un hecho (factum) de la
razón.
Los argumentos que ofrece Kant para justificar esta idea
se relacionan, no solo con el hecho de que la razón práctica no es inferida a
partir de dispositivos lógicos o de antecedentes de naturaleza empírica o
afectiva; sino también, con la idea de que la conciencia de la ley tampoco es
fundamentada en las intuiciones o en la naturaleza racional del hombre”[1]. No
obstante, algunos autores, como Pauline Kleingeld, sostienen que el
filósofo pareciera manifestar una especie de “pretensión intuicionista de
percepción moral”1. Esta reflexión se ve refrendada en la Fundamentación
para la Metafísica de las Costumbres (FMC), donde el filósofo de Königsberg
sugiere que la razón práctica proyecta a priori una idea sobre perfección
moral, la que se configura como una ley que hace intuitivo aquello que
la regla práctica expresa de un modo más universal [2].
Si bien, en la filosofía moral de Kant se observa la
versión más racional del dualismo razón-emoción, el filósofo no descarta
totalmente a la afectividad como dispositivo clave para la moralidad, sobre
todo en su dimensión más subjetiva.
Recientemente, la idea de que la moralidad encuentra su
origen en fenómenos no racionales ha adquirido fuerza con las nuevas teorías de
los sentimientos morales. Estas sostienen que la razón práctica sería el
dispositivo que permitiría justificar los cursos de acción que han sido
previamente adoptados mediante razonamientos de raigambre intuitiva y afectiva.
Por este motivo, en el presente ensayo, se pretende analizar el papel que
podría jugar la intuición en la filosofía moral de Kant, desde la perspectiva
de la teoría de los sentimientos morales. El propósito es revelar si la
intuición afectiva de la moralidad es la causa de la razón práctica o, tal como
es sugerido por Kant, la constatación de la conciencia moral en el Ser
racional.
El respeto como verificación afectiva de la conciencia
moral en Kant
Para Kant, una vez que la ley se hace evidente a la
conciencia racional, es decir, se hace intuitiva para hombre, la moralidad
entra en el plano subjetivo. Vale la pena mencionar que el tratamiento que el
filósofo le da al término “intuitivo” no parece corresponder a su definición
clásica de “conocimiento desprovisto de razón”; sino más bien, se
refiere a aquello que se hace inteligible a nuestra propia razón”[3]. De
manera interesante, aquí el sentimiento intelectual de respeto jugaría un papel
fundamental en la dimensión subjetiva de la moralidad, al ser considerada por
el filósofo como la constatación de la conciencia moral. Tal como es sugerido
en la FMC:
“Como una acción por deber debe apartar el influjo de
la inclinación y con ello todo objeto de la voluntad, a ésta no le queda nada
que pueda determinarla objetivamente salvo la ley y subjetivamente el puro
respeto hacia esa ley práctica” [FMC; A 15].
Aquí, Kant sugiere que la consciencia de la ley moral en
el plano subjetivo se materializa mediante el respeto hacia el imperativo
categórico de dicha ley, siendo de este modo la forma en cómo se mandata
nuestra voluntad.
Vale la pena apuntar de manera específica que el respeto es
considerado tradicionalmente como un sentimiento de carácter intelectual
(similar al sentimiento de justicia, responsabilidad, condescendencia o
indignación ética, admiración, entre otros), en el cual subyace un mandato que
nos conmina a honrar a un “no yo” por su excelencia, siendo la
obediencia a dicho mandato la materialización de una especie de culto a su
dignidad donde emerge un sentimiento de temor o gratitud [4]. En
virtud de aquello, entonces, una vez que la ley moral se hace evidente en
nuestra conciencia, emergerá el sentimiento de respeto hacia ella, supeditando nuestra
voluntad su mandato. Así, el respeto es contemplado por el filósofo, no como
causa, sino como efecto de la ley moral sobre el sujeto y como condición
necesaria para la subordinación de la voluntad[5]. De esta manera, para Kant, la conciencia moral
va a simbolizar una especie de tribunal interior, ante el cual, debemos
responder por nuestras acciones[6]”.
Para Kant, el que un testimonio falso contra una persona
honorable no sea una ley universal, se debe a que todo ser racional, en tanto
tal, será consciente de que un acto como el mentir no puede ser bueno y ni
puede ser un mandato universal para todos los seres racionales. No obstante, para
que la voluntad de un ser sensiblemente afectado sea aquella, según la cual, la
razón práctica solo prescriba un deber (por ejemplo, no mentir), se requiere, a
su vez, que el sujeto tenga la facultad para hacerse consciente de la ley moral
y la capacidad de indicar un sentimiento de placer o deleite en el cumplimento
del deber. De manera interesante, este fenómeno fue denominado por el filósofo como
“causalidad de razón”, debido a que habilitaría en el agente moral la
posibilidad de conocer la magnitud en la cual se actúa en conformidad con los
imperativos morales[7].
Dieter Schönecker releva la importancia del sentimiento intelectual de
respeto en la conciencia moral en Kant. El autor sugiere la tesis de que la
validez incondicional del imperativo categórico de Kant está justamente en este
sentimiento. Esto no significa considerar al sentimiento como condición
suficiente para reconocer los imperativos, no obstante, sí sugiere la necesidad
de considerar ambos (razón y sentimientos) para comprender la ley moral[8].
Aquí es donde emergen algunos problemas que vale la pena
destacar. Esto es, en el plano subjetivo, el sentimiento intelectual del respeto,
al constituir una especie de culto a la dignidad de aquello que se respeta, a
partir del cual podemos sentir temor, gratitud por su retribución o - como
plantea Kant - sentir deleite o placer (al materializarse el
cumplimiento del deber); supone, la necesidad de conocer con cierta profundidad
aquello que se respeta o, al menos, conocerlo de manera suficiente para
efectivamente desencadenar aquellos sentimientos derivados del respeto[9].
De lo contrario, tendríamos que afirmar que la moralidad no tiene su origen en
la razón, sino en fenómenos más bien intuitivos de nuestra conciencia; cuestión
que Kant rechaza en su filosofía moral. Sin
embargo, esto abre otra pregunta:
¿Será que, entonces, el sentimiento de placer que emerge cuando
se actúa conforme a la ley moral es en realidad originado por el hecho de
actuar conforme a nuestro propio auto entendimiento respecto de dicha ley, de
la cual, nos hacemos plenamente conscientes?
Como hemos mencionado, Kant sostiene la idea de que la
universalidad de las leyes morales es un atributo dado con nuestra
conciencia, vale decir, están representadas en ella de forma originaria. De
esta forma, el filósofo descarta toda posibilidad de que nuestra naturaleza
racional (capacidad de entendimiento, etc) tenga alguna influencia en aquello.
Sin embargo, para considerar las leyes morales como dadas a nuestra
conciencia, tendríamos que considerarlas – tal como fue mencionado al principio
de este ensayo - como intuiciones apriorísticas, vale decir, tendríamos
aceptar el que, por ejemplo, la idea de la inmoralidad de la mentira, en tanto
ley universal, sea un concepto que se aparece de hecho en nuestra razón
pura, no mediada por nuestro entendimiento. Pero ¿Sería posible el poseer conciencia
moral sobre algún principio o imperativo sin apelar a fundamentos y
antecedentes que la doten de sentido? En FMC, Kant sugiere la idea de que la
ley moral es dada con la racionalidad del hombre, una vez que el hombre está
facultado de conciencia moral. Pero ¿Cómo es posible la adquisición de tal
facultad sin la intuición o la experiencia?
Pensemos en las consideraciones éticas relacionadas con
temáticas de clima y protección del medio ambiente. Si bien, hoy en día existen
imperativos morales de carácter universal, que han configurado un sentido común
respecto a la necesidad de realizar acciones conforme al deber de proteger el
planeta que habitamos. No fue sino hasta que logramos constatar empíricamente el
impacto ambiental que generan los actos humanos, que el tema del medio ambiente
surgió como problema de carácter ético. Es
decir, las leyes morales en esta particular temática no parecen haber surgido
de un proceso de deducción o del surgimiento de propiedades emergentes de
nuestra cognición desencadenadas por nuestro propio desarrollo vital; por el
contrario, pareciera que el entendimiento acabado del problema pudo haber sido el
que nos proveyó del sentido común necesario para identificar sus imperativos
morales.
De esta forma, interpretaciones alternativas a la idea
del hecho de la razón han sugerido que el fáctum kantiano sería
una forma de auto entendimiento de nuestra propia conciencia moral, en un
proceso de razonamiento que nos orienta respecto a qué máximas adoptar y por
qué [10]. Siendo esta instancia deliberativa (el razonamiento
acerca de qué máximas adoptar y por qué) aquella donde ciertas facultades
de nuestra naturaleza, distinta a la razón (afectividad, intuición, etc), podrían
tener lugar.
Sin embargo, más allá de sí el respeto a la ley moral se
interpreta en abstracto o atribuido al ámbito del auto entendimiento que ocurre
en la subjetividad del sujeto, aun las discusiones suponen la existencia de una
ley universal dada a nuestra razón, lo cual, parece no ser lo que explica el
origen de la moralidad en el plano subjetivo.
La intuición como
determinante de la razón práctica: De Kant a Haidt.
Si bien, la ética de Kant ha sido duramente criticada por
diversos pensadores por el exacerbado intelectualismo de su filosofía, se
reconoce y valora el hecho de que haya considerado al sentimiento intelectual
de respeto como determinante para la adopción de la conciencia moral. No
obstante, aun el respeto al que alude el filósofo, como ya hemos mencionado,
consiste en una especie de constricción que afecta nuestra voluntad y
que se da como resultado de la conciencia racional de la ley moral[11].
De esta manera, el filósofo va a ubicar siempre a la
razón como punto de partida de su filosofía moral. Sin embargo, el problema de
aquello radica en que, si la dinámica de la moralidad fuera precisamente así, los
cursos de acción que los seres humanos adoptarían en su vida, en tanto seres
racionales y como resultado del respeto a la ley moral universal, serían susceptible
de ser inferidos a partir de la comprensión de los mecanismos racionales que
orientaron la voluntad del agente moral.
Por ejemplo, si, en el plano subjetivo, la moralidad tuviera
su origen en la razón, entonces, no habría sido posible que sacerdotes
cometieran actos de abuso de niños o los firmantes de la primera constitución
americana habrían liberado a sus esclavos, inmediatamente después de haber
suscrito la ley suprema de su país. O, sin perjuicio de lo anteriormente
mencionado, todo eso, al menos, habría sido perfectamente predecible a partir
del razonamiento que sustentó el juicio de los distintos agentes involucrados
en los ejemplos.
¿Será, entonces, nuestra moralidad originada en el hecho de
la razón? O ¿sería más bien una especie
de jerarquización intuitiva de aquellas máximas que orientarán nuestra voluntad?
En primer lugar, vale mencionar que, para Kant, el hombre,
en tanto ser natural, está sometido a leyes según lo cual “todo sucede”.
A estas leyes se les contraponen leyes prácticas, según lo cual, “todo debe
suceder, cuyo origen se ubica en nuestra razón práctica”[12]. De
esta manera dualista de aproximación al tema, la conciencia moral, en
tanto tal, se constituye como una voz interior que nos indica si nuestras
inclinaciones naturales se realizan (o no) conforme a ese deber al que nos
conmina la razón, a partir de la conciencia moral. Uno de los problemas que – a
mi parecer – emergen con esta forma de comprender la filosofía moral, radica
en el supuesto a priori de que, independiente del acto que resulte de la
voluntad mandatada, los designios de la conciencia moral - por el solo hecho
de provenir de la razón pura práctica - pareciera que siempre tendrán una
orientación hacia el bien moral.
No obstante, es evidente que, como seres humanos imperfecto
constatamos en infinitas ocasiones actos evidentemente alejados de los mandatos
de las leyes morales, no solo desprovisto de alguna voz interior que advierta
al agente de su inmoralidad, sino también con plena conciencia de los
fundamentos que orientaron dichos actos. En otras palabras, parece ser
perfectamente probable que una persona oriente su razón práctica hacia la
justificación de un acto fundamentado desde la intuición puramente afectiva.
Este problema, propio del origen de la moralidad, ha sido
materia de estudio a lo largo del siglo XX y lo que va del siglo XXI. Las
principales vertientes de pensamiento sugieren que la moralidad puede
explicarse como resultado de la naturaleza (evolución congénita nativista) o la
educación (empirismo). Así, hasta fines
de los 80´, fue la teoría del desarrollo cognitivo de Jean Piaget la que mejor
explicó el origen de la moralidad en los seres humanos racionales, mediante su
idea del racionalismo psicológico. Piaget sostuvo que la moralidad es
construida individualmente en la interacción con otro, para lo cual, es
condición necesaria un nivel de desarrollo cognitivo que permita un cierto
nivel de razonamiento moral, ergo, el entendimiento de conceptos, como la
Justicia, entre otros[13].
Sin embargo, en los últimos años ha tomado fuerza la idea
de que la moralidad no proviene principalmente del razonamiento, sino más bien,
de una combinación de lo innato y el aprendizaje social. Vale decir, la
moralidad tendría su origen en un conjunto de intuiciones evolucionadas que, en
la medida en que se aprenden a aplicar dentro de una cultura en particular, van
modelando el razonamiento que mandatará posteriormente a la voluntad [14]. Es
decir, en palabras de Haidt: “Nacimos para ser justos, pero tenemos que
aprender exactamente qué implica ser justo para las personas como nosotros”
[15],[16]
Desde este enfoque de la moralidad se sugiere que la
afectividad tendría primacía sobre la moralidad. Incluso, esta perspectiva
encuentra su fundamento en la antropología, donde se ha sostenido que las
primeras formas de moralidad humana tienen su asiento en reacciones afectivas,
en la forma de intuiciones morales. Estas se refieren a procesos afectivos,
rápidos y automáticos en los cuales un sentimiento evaluativo acerca del bien y
el mal, placer o displacer, aparecen en la conciencia sin darnos cuenta y sin haber
dirigido nuestro entendimiento en esa dirección. En definitiva, desde el modelo
de la intuición moral se sugiere la idea de que cuando una persona piensa en
algo o experimenta algún fenómeno externo, las personas presentan una reacción
intuitiva similar a un destello afectivo, negativo o positivo. Normalmente, de
esta intuición se desencadena un razonamiento verbal consciente, sin embargo,
este proceso racionalmente controlado ocurre solo después que ha ocurrido este
primer proceso automático (intuición). Por lo tanto, a la luz de la teoría de
los sentimientos morales, el razonamiento moral, cuando ocurre, es usualmente desencadenado
como un proceso post-hoc, en el que buscamos evidencia para apoyar o
descartar una reacción inicial, puramente intuitiva [17].
Conclusiones
generales.
En definitiva, si bien, nociones absolutas respecto al
bien de la beneficencia, la fidelidad, la caridad o la tolerancia pudiesen
emerger de manera concurrente con el desarrollo de nuestra racionalidad, como
lo habría planteado Kant; los actos de voluntad subordinados a estos mandatos parecen
encontrar explicación en fenómenos que van más allá del sentimiento de respeto
a estos imperativos.
En la interacción con su entorno social y cultural el Ser
humano ha mostrado experimentar respuestas innatas de naturaleza afectiva que pueden
orientan no solo sus juicios, sino también sus actos, lo que ubica a la razón
práctica en posición de subordinación respecto a estos fenómenos no racionales,
en el engranaje valorativo y racional que es la naturaleza del acto moral en el
ser humano.
¿Sería este argumento un intento más por invalidar la
filosofía moral Kantiana? Desde luego, no. A mi juicio, la búsqueda de aquellos
actos cuyas máximas sean al mismo tiempo leyes universales, ha sido, es y será una
pretensión siempre insatisfecha arraigada en nuestra naturaleza, toda vez que por
la misma naturaleza nos orientamos hacia el bien, en su forma ideal y
abstracta.
Me atrevo a afirmar que Kant, perspicazmente, observó
esto en los intersticios de nuestra esencia natural, pudiendo comprender aquellos
códigos que dotan de sentido nuestra existencia y nuestra dinámica de
relaciones morales con otros. Estos
códigos comunes a todos los seres racionales están materializados en la fórmula
de los imperativos categóricos, con los cuales, se determina el carácter ético
de las acciones humana, en una dimensión anhelada, más nunca completamente realizada.
En definitiva, así como el filósofo de Königsberg sugiere
que no podemos optar por dejar de ser agentes racionales, tampoco podemos
rehuir de nuestra intuición afectiva. Por lo que nuestro desenvolvimiento en el
ecosistema natural que habitamos va a estar inevitablemente determinada, en
parte, por nuestras tendencias afectivas, las que racionalizamos en un proceso que,
como ha sido empíricamente demostrado en los últimos años, ocurre ex post
a nuestros juicios valorativos iniciales.
En síntesis, en el plano subjetivo de la moralidad, no sería el respeto, sino la intuición afectiva, la causa de nuestra razón práctica. Así, en la realidad de nuestra relación afectiva e intersubjetiva con la comunidad en la que habitamos, Kant estaría en aquello que debemos o deberíamos ser, pero Haidt está en aquello que realmente somos.
Iván Rodríguez Núñez PhD.
Profesor Asociado
Departamento de Kinesiología
Universidad de Concepción, Chile.
ivanrodriguez@udec.cl
[1]
Pauline Kleingeld. (2010). Moral Consciousness and the “fact of reason”. In
Andews and Jens Timmermann (eds), Kant´s Critique of Practical Reason: A
Critical Guide. Cambridge UP.
[2] Immanuel Kant (2012). Fundamentación para una
metafísica de las costumbres. Alianza Editorial, S. A., Madrid.
[3] Esto es un juicio realizado por el autor
de este ensayo.
[4]
Garmendia de Otarola. (1962). Filosofía del respeto. Revista Epañola de
Pedagogía. 20 (77). Pp.27-42.
[5] Immanuel Kant (2012). Fundamentación para
una metafísica de las costumbres. Alianza Editorial, S. A., Madrid.
[6] Miguel González Vallejos. (2012). Factum de
la razón y conciencia moral. Acerca de la normatividad en la moral kantiana.
Veritas. 27. Pp 113-134.
[7] Dieter
Schonecker (2013). Kant´s moral intuitionism: The fact of reason and moral
predispositions. Kant Studies Online. 1
[8] Ibid
[9]
Garmendia de Otarola. (1962). Filosofía del respeto. Revista Epañola de
Pedagogía. 20 (77). Pp.27-42.
[10] Miguel González Vallejos & Eduardo
Molina Cantó. (2018). The subject before the law. Tópicos, Revista de
Filosofía. 55.pp 275-297.
[11]
Margarita Belandría. (2009). Ley moral e imperativo categórico en la doctrina
práctica kantiana. Revista Filosofía. N°20. Universidad de Los Andes.
[12] Miguel González Vallejos. (2012). Factum
de la razón y conciencia moral. Acerca de la normatividad en la moral kantiana.
Veritas. 27. Pp 113-134.
[13] Jonathan Haidt. (2019). La mente de los
justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Editorial
Planeta, S.A., Barcelona.
[14] Jonathan Haidt. (2007). The new
synthesis in moral psychology. Science. 316(5827): 998-1002.
[16] Jonathan Haidt. (2019). La mente de los
justos. Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Editorial
Planeta, S.A., Barcelona.
[17] Jonathan Haidt. (2007). The new synthesis
in moral phsychology. Science. 316(5827): 998-1002.
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